"Nuestro lenguaje es el todo y la nada. Si nuestras interpretaciones cambian, la "REALIDAD" cambia, ya que no existe más realidad que la que nuestro lenguaje crea" Humberto Maturana

domingo, 26 de mayo de 2013

Autobiografía; Mi vida

Veinticuatro de Octubre de mil novecientos ochenta y ocho

Quizás no tenga importancia esa fecha para ti.
Quizás ni siquiera llegabas a éste mundo.
Quizás mis recuerdos son nulos o muy escasos.

Pero esa, es mi fecha de nacimiento y mi país se encontraba inmerso en un hito histórico; volvía la democracia y existía una extrema fragmentación social. Mi abuelo materno, como buen Ingeniero Civil Naval, perteneció a la armada y  fue  un fiel defensor del régimen militar, al igual que mi abuela, que continúan siéndolo. Mientras que mi abuelo paterno hastiado de las guerras, los conflictos en nuestro país, y luego de un extenso autoexilio, regresa de los Estado Unidos, pregonando la paz y el amor como forma de vida, y mostrando un total rechazo al sistema. “El primer hippie chileno”, según el Mercurio, o Pepe como se le conoce popularmente en el Valle del Elqui, sigue manteniendo una vida alejada de la sociedad, vive del autoabastecimiento y ausente de toda vida familiar. Su ex señora, mi abuela paterna, con esa fuerza que sólo tenemos las mujeres, sacó adelante a sus tres hijos.

Mi infancia fue feliz.
Recuerdo los fines de semana con mis dos hermanos y mis primos en el campo.
Recuerdo  los domingos sagrados de almuerzos familiares donde mis abuelos.
Recuerdo esos días de primavera jugando en los árboles.
Recuerdo las vacaciones en familia.
Recuerdo que fui realmente feliz.

A los 4 años, mis padres tomaron la decisión que mi formación sería en el Colegio Alemán de Valparaíso. El padre de mi abuelo materno, escritor y poeta alemán, decide venirse a Chile, escapando de la guerra. Mi abuelo estudió en el Colegio Alemán, al igual que sus tres hijos. Por lo tanto, mi madre tuvo gran influencia sobre mi educación, y de mantener el espíritu de la comunidad chileno-alemana.

El dato es erróneo. Fui formada en ese colegio bajo una plena libertad de expresión y pensamiento. Doy gracias, que tuve una gran diversidad de docentes. Algunos de origen alemán que vivieron la guerra y nos contaban sus experiencias. Otros conservadores que inculcaban valores, como también teníamos liberales, que impartían de gran forma las humanidades. La misma pluralidad, existió en mis compañeros. Lo anterior,  fue forjando en mí una autonomía, un pensamiento crítico, creativo y por sobre todo reflexivo.

A los 17 años, tuve la suerte, de realizar un intercambio durante tres meses en Alemania, que me permitió un desarrollo espiritual y psicológico. Lejos de todos mis cercanos, conocí mis miedos y alegrías, conocí lo que me hacía feliz y lo que me hacía llorar. Pude conocer mis fortalezas y debilidades, mis límites. Logré encontrarme y conocerme en profundidad.

Mi vida dio un giro. De golpes me hizo abrir los ojos, crecer, llorar, gritar y culparme. Tuve miedo, angustia y por sobre todo pena. Una persona muy cercana, intentó ponerle fin a su vida. Quizás, fue por no escuchar a gritos su llamado de auxilio, o por creer que todo estaba bien. Pero desde ese horrible día, mi vida cambio. Aprendí a vivir el día a día, a observar, a fijarme en los detalles que pasan desapercibidos para muchos. Aprendí a dar las gracias.

Estudié psicología quizás por vocación, quizás por “moda” y seguir a una masa, quizás por un capricho. Pero realmente nunca sentí el ímpetu que siento por la educación. Sin embargo, por mi autoexigencia e intransigencia terminé la carrera de forma destacada. Con vergüenza y miedo, confesé en mi casa mi pasión por la educación. Tuve el respaldo total de mi familia. Agradezco diariamente a mis padres por esta segunda oportunidad.