Veinticuatro de Octubre de mil
novecientos ochenta y ocho
Quizás no tenga importancia esa fecha
para ti.
Quizás ni siquiera llegabas a éste
mundo.
Quizás mis recuerdos son nulos o muy
escasos.
Pero esa, es mi fecha de nacimiento y
mi país se encontraba inmerso en un hito histórico; volvía la democracia y
existía una extrema fragmentación social. Mi abuelo materno, como buen Ingeniero
Civil Naval, perteneció a la armada y fue
un fiel defensor del régimen militar, al
igual que mi abuela, que continúan siéndolo. Mientras que mi abuelo paterno
hastiado de las guerras, los conflictos en nuestro país, y luego de un extenso
autoexilio, regresa de los Estado Unidos, pregonando la paz y el amor como
forma de vida, y mostrando un total rechazo al sistema. “El primer hippie
chileno”, según el Mercurio, o Pepe como se le conoce popularmente en el Valle
del Elqui, sigue manteniendo una vida alejada de la sociedad, vive del
autoabastecimiento y ausente de toda vida familiar. Su ex señora, mi abuela
paterna, con esa fuerza que sólo tenemos las mujeres, sacó adelante a sus tres hijos.
Mi infancia fue feliz.
Recuerdo los fines de semana con mis
dos hermanos y mis primos en el campo.
Recuerdo los domingos sagrados de almuerzos familiares
donde mis abuelos.
Recuerdo esos días de primavera
jugando en los árboles.
Recuerdo las vacaciones en familia.
Recuerdo que fui realmente feliz.
A los 4 años, mis padres tomaron la
decisión que mi formación sería en el Colegio Alemán de Valparaíso. El padre de
mi abuelo materno, escritor y poeta alemán, decide venirse a Chile, escapando
de la guerra. Mi abuelo estudió en el Colegio Alemán, al igual que sus tres
hijos. Por lo tanto, mi madre tuvo gran influencia sobre mi educación, y de
mantener el espíritu de la comunidad chileno-alemana.
El dato es erróneo. Fui formada en ese
colegio bajo una plena libertad de expresión y pensamiento. Doy gracias, que
tuve una gran diversidad de docentes. Algunos de origen alemán que vivieron la
guerra y nos contaban sus experiencias. Otros conservadores que inculcaban
valores, como también teníamos liberales, que impartían de gran forma las
humanidades. La misma pluralidad, existió en mis compañeros. Lo anterior, fue forjando en mí una autonomía, un
pensamiento crítico, creativo y por sobre todo reflexivo.
A los 17 años, tuve la suerte, de realizar
un intercambio durante tres meses en Alemania, que me permitió un desarrollo
espiritual y psicológico. Lejos de todos mis cercanos, conocí mis miedos y
alegrías, conocí lo que me hacía feliz y lo que me hacía llorar. Pude conocer
mis fortalezas y debilidades, mis límites. Logré encontrarme y conocerme en
profundidad.
Mi vida dio un giro. De golpes me hizo
abrir los ojos, crecer, llorar, gritar y culparme. Tuve miedo, angustia y por
sobre todo pena. Una persona muy cercana, intentó ponerle fin a su vida.
Quizás, fue por no escuchar a gritos su llamado de auxilio, o por creer que
todo estaba bien. Pero desde ese horrible día, mi vida cambio. Aprendí a vivir
el día a día, a observar, a fijarme en los detalles que pasan desapercibidos
para muchos. Aprendí a dar las gracias.
Estudié psicología quizás por
vocación, quizás por “moda” y seguir a una masa, quizás por un capricho. Pero realmente
nunca sentí el ímpetu que siento por la educación. Sin embargo, por mi
autoexigencia e intransigencia terminé la carrera de forma destacada. Con
vergüenza y miedo, confesé en mi casa mi pasión por la educación. Tuve el
respaldo total de mi familia. Agradezco diariamente a mis padres por esta
segunda oportunidad.