Patiperro
Con mi familia siempre viajamos, andamos de un
lado para otro, somos una familia viajera, trotamunda, patiperra. Yo los
escucho hablar con las otras personas sin problema, parece que para ellos
aprender idiomas no representa ningún dilema. En cambio para mí es todo un
drama, lo único que sé hacer es tocar el violín y ese es mi más feliz panorama.
Veo que todos en mi familia pueden hacerse
amigos menos yo, y ese es mi gran dificultad ya que no puedo comunicarme. Cada vez
que a otro de mi especie trato de acercarme, lo olfateo, le muevo la cola y
cuando el trata de hablarme, yo no puedo contestarle, mas un grito puedo darle,
que no consigue más que espantarle.
Por eso siempre cuando volvemos a casa me pongo
muy contento, ya que puedo salir a pasear y a conversar con mis amigos, puesto
que ellos entienden todo lo que yo digo. Siempre me preguntan cómo son los de
nuestra raza en otros países y yo avergonzado, debo reconocerles que no los he
conocido ya que nadie me entiende.
La verdad es que a menudo cuando viajamos me
siento solo, me siento incomprendido, me siento relegado, siento que no encajo
en ningún lado. Pienso que en mi casa
mejor hubiera estado tocando mi violín acostado, preguntándome como en ningún
otro lado, existe otro como yo, que un instrumento haya tocado.
Un día, cuando salimos de viaje apurados, mi
maleta se extravió y extrañamente mi violín, a Japón llegó. Pienso que mi dueña
se confundió, ya que con mi violín nunca había viajado yo. Pero a eso a mí no
me importó porque una gran sorpresa me brindó.
Cuando a la calle salí y mi violín me puse a
tocar, todos los perros que habían en el lugar, se acercaron a escuchar. Sentí
por primera vez, que no era necesario hablar, ya que con mi instrumento me
bastaba para comunicar. Otros se pusieron a también a tocar. Una gran banda
musical formamos sin ninguna frase intercambiar. Sólo con las notas nos bastó
para improvisar.
Había tantos instrumentos como palabras al
viento; guitarras, flautas, tambores.
Cada uno con su movimiento. Yo no podía sentirme más contento, ya que sentía
que al fin, encontré mi momento y entendí, que la música era más que un
talento.
Ahora cuando me voy de viaje, el violín es lo
primero que pongo en mi equipaje. Comprendí que la música es vida, que la música
es alegría, que la música no es tuya ni
mía, que la música es de todos; perros, gatos, conejos e incluso de ustedes los
humanos. Ojala todos supieran tocar para entendernos por igual, con un idioma
universal.
Soy un perro patiperro que no habla ningún idioma,
pero que con mi violín, basta y sobra, para
comunicarse en cualquier zona.
Elaborada por:
Paula Estay
María Eugenia Troncoso